¡Adiós, amigo!

Carta abierta al

Dr. Juan Cancio Garantón Nicolai

Nuevo Asesor Jurídico de PDVSA

Mi amigo Juan Cancio,

Hace muchos días que estoy por escribirte, solo que estaba terminando de llorar antes de hacerlo, pues es difícil escribirle a un amigo como tú con lágrimas en los ojos y una fuerte opresión en el corazón. Son las 12:08 del mediodía de hoy martes 25 de febrero de 2003 y te acabo de ver declarar en Globovisión -- desde el Palacio de Justicia -- en contra de los venezolanos más dignos y heroicos de estos últimos años: los empleados de PDVSA. Tus declaraciones – cargadas, tal vez, de una profunda vergüenza – me secaron las lágrimas de un solo porrazo… pero quedó la opresión, un profundo dolor en el alma y una impresionante impotencia.

Las revoluciones, Juan Cancio, alborotan las más bajas pasiones y los más puros sentimientos en los seres humanos y sirven para definir las fibras de cada quien: delatando traidores, descubriendo héroes y produciendo mártires. Tú eres mi amigo de décadas. Me defendiste en un momento crítico de mi vida, cuando quienes forjaban esta patria grande y hermosa, se empeñaban en destruirla contaminando al Poder Judicial de la corrupción más infame; gratuitos socios del monstruo que hoy de buenas a primeras apareces tú apoyando ante las cámaras de televisión en detrimento de hombres y mujeres dignos que lo han dado todo por recuperar la patria para tus hijos y los míos. ¡Qué cosas tiene la vida!, ¡Cómo hay que vivir por ver!

¡Qué puede estar sintiendo Elsa, tu hermana…mi amiga! ¿Cómo podrá justificarte Patricia, tu primogénita hija? ¿Y Carolina, tu actual esposa? ¿Qué estarán diciendo tus amigos de siempre, tu hermano mayor… tu cuñado, tu otra hermana… tus sobrinos y primos? ¿Habrán llorado como he llorado yo? ¿Qué estará pensando “El Perrote” desde los cielos… y PPK? ¡… y tus padres, y tus tías que afortunadamente hoy ya no están presentes físicamente para avergonzarse del hijo y del sobrino que tanto adoraban! ¿Qué estarás tú pensando de ti mismo?

Lo peor del caso es que no pegas con “esa gente” -- y ellos lo saben --, pues fuiste criado en una familia unida, cristiana, culta, prestigiosa, de buenos sentimientos… sin odios hacia el prójimo. ¿Cuánto tiempo has calculado que durarás en la “cúspide del poder”? ¿A cuantas familias como la tuya y la mía piensas destruir en tu infausta pasantía por este régimen opresor, comunista y ateo? ¿A cuántos hijos de nuestros petroleros piensas dejar sin padre? ¿Cómo harás para conciliar el sueño por las noches, hoy… mañana, por el resto de tus días? ¿Qué será de ti cuando te pidan la renuncia con un pito en la boca? ¿Cuándo te tocará volarte los sesos tras recobrar la cordura y la dignidad que aprendiste de tus viejitos? No hay peor pecado que la traición, Juan Cancio, sobre todo cuando lo que se traiciona es la memoria de nuestros queridos padres y los más sagrados valores patrios. El más infame enemigo -- ¿sabes? -- ¡también desprecia a los traidores!

Si hubieras estado pasando por una difícil situación económica, debiste haber acudido a tus amigos que siempre te quisimos, pues para eso estamos. Pero que yo sepa no llamaste a ninguno de nosotros.

Si hubieras muerto, hubieras hecho todo más fácil para mí, pues cuando un amigo se va, quedan los gratos recuerdos y deja una tumba sobre la cual poder colocarle flores. Pero con tu ignominia solo has matado los recuerdos quedando vivo para avergonzarme de haber sido tu amigo de toda una vida.

Ahora que tienes poder – y mucho – se me ocurre pedirte un último favor: ¿Cómo podrías hacer para que me encierren junto a los hombres que hoy persigues? En verdad prefiero el honor a ser encarcelado junto a ellos en un calabozo frío, húmedo y tenebroso… a compartir la calle en la indigna y humillante libertad contigo.

Adiós, amigo…

El Hatillo, 25 de febrero de 2003

Robert Alonso

P.D. Si rectificas, Juan Cancio, tendré el honor de seguirte queriendo y te recibiré en mi casa como siempre lo he hecho, echándole las culpas a los perversos duendes que a veces nos perturban. Por favor, no te prestes para destruir más a las familias de hombres y mujeres tan valerosos y valientes como los que te han contratado para perseguir. Que se busquen a sus ratas para hacer los trabajos sucios. No dejes que te destruyan. Gracias a tus nobles ancestros, el apellido Garantón enorgullece al estado Monagas, no lo conviertas con tus erradas acciones en algo despreciable…

Vale